Yo era un pequeño niño cuando fui por primera vez a La Feria del Hogar. Para mí, un paraíso lleno de juegos, personajes fantásticos y mucha, pero mucha gente. Mi madrina, que se llama Margot, me llevó un día porque estaba trabajando con algunos amigos suyos que eran socios de aquel gran negocio.
Recuerdo que al llegar me presentó a Tomás, un niño de más o menos mi edad, hijo del dueño de la feria y eso obviamente significaba que teníamos luz verde para disfrutar gratis de todos los juegos, shows y atracciones del lugar. Al comienzo, no me emocionaba mucho la idea porque yo era un poco antisocial y pensaba que los niños de mi edad eran unos idiotas, pero al conocer un poco más a Tomás descubrí que estaba tan loco como yo, así que convertimos nuestra experiencia ferial en una batalla donde el enemigo, era el resto del mundo.
Primero conseguimos muchas manzanas acarameladas y las lanzamos contra la espalda de personajes disfrazados de Mickey Mouse y el Pato Donald... Luego, entramos a la zona del “Play Land Park”, pero como éramos muy pequeños y teníamos cara de querer destruir todo, nos prohibieron subir solos a la montaña rusa. Muy molestos por lo sucedido fuimos a la casa de Tomás para idear un plan… Su casa quedaba a la espalda de la feria, dentro del mismo terreno y para llegar teníamos que pasar por una entrada secreta en un punto escondido de la feria (recuerdo que ese detalle me tenía totalmente alucinado).
Al llegar a la casa, Tomás sacó una bolsa y recogimos muchas canicas de colores que habían en su cuarto, entonces volvimos al “Play Land Park” y las dejamos caer desde el punto más alto del “gusanito”. Las bolitas volaron por todas partes y tuvieron que detener el juego.
Saliendo de dicha zona, ya de noche, llegamos a un salón de videojuegos, de la marca SEGA. Recuerdo que el lugar estaba lleno de consolas. Nosotros fuimos directamente a la máquina que promocionaba el juego “Soccer”, “Fifa”, o algo así. El asunto es que Tomás, a la mitad del partido, decidió buscar la conexión eléctrica detrás de la máquina y apagarla. A mí me pareció divertida la idea, así que empezamos a desconectar todas las máquinas del lugar, pero los encargados del showroom nos vieron y tuvimos que salir corriendo antes de terminar castigados.
Mientras corríamos Tomás muy preocupado me dijo: “Rui, tenemos que apurarnos, vamos a llegar tarde al concierto…” - Por alguna razón ni siquiera le pregunté sobre el concierto, yo no tenía idea de quién se iba a presentar, para mí todo era parte de una aventura y la estaba disfrutando sin cuestionarme nada.
Entramos por un espacio privado, Tomás saludó al personal de seguridad que resguardaba la puerta y llegamos a un pequeño jardín a la espalda de un escenario con una escalera de metal, “Rui, apúrate, ya empezó, sube por la escalera”, yo subía por la escalera cuando de pronto escuché una hermosa voz femenina y bastante contundente cantando: “Se oye el rumor de un pregonar que dice así: El yerberito llegó… llegó” (debo admitir que en este mismísimo instante, mientras escribo, vuelvo a sentir el mismo éxtasis, tan sólo de recordar esa voz).
Las escaleras nos llevaron a la zona de palcos, justo al lado del escenario. Yo estaba en un rave y esa mujer era la mejor DJ del mundo. Le pregunté de inmediato a Tomás: “¿Cómo se llama esa señora?” – “Se llama Celia… Celia Cruz”. El concierto terminaba con la canción Burundanga, yo sentía que conocía esas canciones de toda la vida, bailé, canté y me enamoré de su hermosa voz (aunque era tan sólo un pequeño niño y mi vida hasta ese punto no había sido muy larga).
Al despedirse del enorme público, Celia, la hermosa y santa Celia les dijo: “Mañana yo voy a volver a cantar aquí y quiero que todos ustedes vengan, pero quiero que traigan un pañuelo blanco, porque este concierto va a ser por la paz…”. Inmediatamente entré en pánico… ¡Yo no tenía un pañuelo blanco! Se me empezaba a derrumbar el mundo y sin poder controlarlo empecé a gritar: “Señoooooraaaaa, señoooooraaaaa…” - De pronto Celia volteó, me miró fijamente y se acercó… “¿Qué ocurre mi niño?, ¿Estás bien?” - “No señora, yo no tengo un pañuelo blanco, ¿Puedo traer un pañuelo de colores?”. Celia, riéndose de emoción, me cargó de inmediato y me dijo "tú mi rey, puedes traer el pañuelo que quieras" entonces me llevó cargado hasta el backstage en el que estaban los organizadores incluyendo a mi madrina Margot y algunos periodistas.
Todos trataban de conversar con Celia, pero ella, sin hacer caso al resto de la gente, se sentó a mi costado y de manera muy dulce me preguntó: “Me dicen que tu papá es un gran músico, ¿Tú también quieres ser músico?” - “No señora, yo ya soy músico” - “Bueno niño, te digo una cosa, si tú dices que eres músico, así de pequeñito, entonces serás un gran músico como tu padre”.
Hace algunos años Celia se fue, pero nos dejó un gran pañuelo blanco, porque cuando sus canciones suenan la paz siempre gana. Probablemente existen millones de historias alrededor de una mujer tan grande como ella… Pero yo por mi parte, que nunca he sido fan de nadie más, sigo amándola hasta hoy. Y así, por el resto de mis días, cada vez que escuche “Se oye el rumor de un pregonar…”, sabré que mi yerberita llegó al cielo y bailaré de amor por Celia, mi hermosa Celia, mi santa Celia.
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